Se nos viene el mundial de fútbol Rusia 2018, faltan apenas 30 días para la cita más importante a nivel de selecciones, y me pareció oportuno, además de sabroso, compartir algunas reflexiones alrededor del “rey de los deportes”. Reflexiones que pienso tienen validez tanto en el campo de juego como en la vida, en lo personal como en lo profesional.

El fútbol es un juego infinito en el que cabe toda la complejidad humana, desde los grandes valores, hasta las más pequeñas miserias.

Y es que el fútbol nos lleva a la identificación comunitaria básica. Podemos romper con la familia o la patria, si éstas nos hacen demasiadas trastadas; podemos cambiar de amigos o de dioses si cambian nuestros intereses o afinidades; pero, creo imposible cambiar de colores futbolísticos. Para muchos de nosotros, nuestras experiencias morales básicas se han labrado en un campo de fútbol. Citando al Albert Camus: «… Lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA (su equipo en Argelia), no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará vigilándolos a ustedes.»

En 1930, Albert Camus era el San Pedro que custodiaba la puerta del equipo de fútbol de la Universidad de Argel. Se había acostumbrado a jugar de guardameta desde niño, porque esa era el puesto donde menos se gastaban los zapatos. Hijo de casa pobre, Camus no podía darse el lujo de correr por las canchas: cada noche, la abuela le revisaba las suelas y le pegaba una paliza si las encontraba gastadas.

Durante sus años de arquero, aprendió muchas cosas:

Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde la espero. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser lo que se dice derecha.

Le gustaba el juego, la práctica de un deporte que unía a compañeros católicos y musulmanes, los campos de tierra llenos de muchachos barnizados por el crepúsculo argelino, la pasión, el ímpetu, el abrazo puro de la victoria y el poso amargo de cada derrota. El fútbol, a fin de cuentas, es eso. Cuando la pelota echa a rodar, todo lo demás es accesorio.

 

Ética y credibilidad

Jorge Valdano, en su libro “Los 11 poderes del Líder”, relata: solo aquellas organizaciones que convierten la ética en uno de sus pilares fundamentales fomentarán un ambiente de confianza, responsabilidad y respeto, que será un indiscutible potenciador del éxito; aunque no siempre es así, hay quienes forman parte de un contexto que privilegia más la picardía que la honestidad.

Veamos: en cierta ocasión, el ministerio de Educación de Argentina invitó a un prestigioso entrenador a una charla con un grupo numeroso de estudiantes destacados de una provincia, al empezar su discurso preguntó:

— ¿Quién descubrió América?

Y como no podemos imaginar de otra manera, en coro la respuesta fue:

— ¡COLÓÓÓÓÓÓÓÓÓN!

Enseguida el entrenador lanzó la siguiente pregunta:

— ¿Y quién llegó segundo?

Los niños no estaban preparados para esto, uno dijo, casi en voz imperceptible: «Pinzón»

— ¿Ven? Solo nos acordamos de los que llegan primero. Por eso digo que lo único importante es ganar.

Al astuto entrenador solo le faltó decir que Pinzón debió matar a Colón para ser reconocido por la Historia. El Ministro de Educación lo suele contar sin lograr salir de una duda trascendental: reír o llorar. Yo elegiría llorar porque, reír estas gracias, es una irresponsabilidad que nos convierte en cómplices. No hay grandeza sin ética. Los deportistas son responsables de sus ejemplos, pero todos los grandes líderes tienen que responder por sus actos.

 

Ganar el partido de mañana

El sueco Sven-Göran Erikkson, que dirigió a Inglaterra en el mundial de 2006 siendo el primer extranjero que ocupara dicho puesto. Además, triunfador en cuatro ligas europeas, fue admirado por su capacidad de motivación, confianza plena en sus futbolistas y el hecho de centrarse solamente en el próximo encuentro. Tal como Erikkson expresó en su momento: «No pienso que se pueda hablar de ganar la final; lo importante es ganar el partido de mañana, y eso es posible»

Aplicado a la vida cotidiana, la filosofía del sueco es buscar resultados paso a paso, día a día, en lugar de extraviar la mente en objetivos demasiado lejanos.

 

El poder de la pasión

Hay 4 escalones obligatorios que un jugador de fútbol tiene que subir para alcanzar el profesionalismo:

1) La naturaleza: que, como la belleza, te elige. No hay gran futbolista que no tenga, en su base genética, ciertas ventajas relacionadas con la coordinación, la visión y el talento físico.

2) La práctica: que se logra familiarizándose con el juego durante muchas horas al día.

3) La exigencia: para aprender las nociones básicas del oficio y lograr que se hagan útiles. La exigencia fortalece virtudes, pule defectos y asegura la mejora continua.

4) Y, por último, la pasión: que hace no solo aceptables, sino agradables, todos los sacrificios a los que obliga el deporte de alta competición.

El talento siempre ha necesitado de energía, y no existe mejor energético que la pasión. Para afrontar las dificultades, para seguir los objetivos con tenacidad, para sostener la fuerza creadora relacionada con el espíritu de superación, esa es la primera regla del buen profesional.

Sobre la sana ambición, por ejemplo, Cristiano Ronaldo puede escribir una enciclopedia. Se trata de un jugador de unas condiciones naturales extraordinarias; pero como aspira a la perfección, no se da tregua y convierte cada día de su vida en un nuevo desafío. Vive para ser el mejor y lo demuestra entrenando, descansando, comiendo y elevando su nivel de exigencia permanentemente. Durante algún tiempo, en España se le criticaron sus actitudes. Determinados gestos, desplantes y hasta declaraciones volvieron muy severos los juicios de algunos medios.

Mal hecho. A los artistas hay que medirlos por su obra y no por su vida. Y la obra de Ronaldo es irreprochable. No solo porque le sale el talento por todos los poros, sino porque es un ejemplo de profesionalidad. Aquellos jóvenes que imitan su peinado, que le envidian la novia y que sueñan con su Ferrari, deberían olvidarse de lo secundario para imitarle en lo sustancial: la entrega total y absoluta hacia sus deberes profesionales y la obsesión por ser cada día un poco mejor futbolista.

 

Trabajar la humildad

Carlos Salvador Bilardo fue siempre uno de esos entrenadores que hacen de la austeridad una obligación comunitaria. En el Mundial de México 1986, algunos de los jugadores del equipo, y él mismo, vivieron durante los cuarenta y cinco días de concentración en unas habitaciones prefabricadas que estaban muy lejos de ser lujosas. Era imposible descubrir algún síntoma de prosperidad en su manera de vestir, de viajar, de vivir… Pretendía que el sacrificio que pedía en los partidos sus jugadores, lo extendieran a su modus vivendi. Aquellos que trabajaron con él durante un largo período cuentan que, en una ocasión, se quejaron de una sesión de entrenamiento más larga y exigente de lo habitual. A la mañana siguiente, Bilardo despertó a toda la plantilla a las cinco de la mañana, los subió a un autobús y los llevó a una boca de metro. Aún era de noche y durante más de una hora los jugadores vieron entrar y salir a un río de gente con su cansancio a cuestas, con sus bolsas de comida, con sus maletines de trabajo, con su aire rutinario… La lección terminó cuando, después de un buen rato, Bilardo dijo: «Esta gente sale de casa cuando aún es de noche y vuelven cuando ya es de noche. No vuelvan a quejarse de los entrenamientos largos, por favor». Cuentan que aquel autobús volvió al hotel en un silencio inolvidable. El mejor entrenamiento posible, es poner en valor lo que tenemos y, en ocasiones, bofetadas psicológicas de este tipo resultan oportunas.

Hace poco tiempo, el directivo de una gran empresa española con intereses en China se quejaba de las dificultades de adaptación de algunos de sus empleados a una cultura tan distinta, en el discurso hablaba mucho peor de su gente que de China y ponía la humildad en el centro del problema: «En lugar de entender que llegar a un país distinto requiere un esfuerzo de adaptación, pretenden que mil cuatrocientos millones de chinos se adapten a ellos. No falla, los que van de campeones, fracasan».

A modo de epílogo nos podemos cuestionar, ¿es cierto que la vida es como el fútbol?, ¿puede parecerse la vida con el fútbol?

Sobre todo, a quienes nos gusta mucho el fútbol, encontramos, disfrutamos y necesitamos esos parecidos. En la vida nuestras victorias y nuestras derrotas son un poco parciales, como en el fútbol, hoy día sí y mañana no, y hoy somos enormemente felices pero la próxima vez que juguemos probablemente nos toque perder y esa felicidad se esfume, al menos hasta una nueva victoria, y con las derrotas, por suerte pasa lo mismo… Hasta para los malos.

Tal vez la ventaja que tiene el fútbol por sobre la vida es que es menos irrevocable, a veces la vida no nos da revanchas, hay situaciones o pérdidas sobre todo pensando en las personas a las que queremos, hay gente a la que perdemos y ya no hay revancha que valga, por eso es tan generoso el fútbol con nosotros, que siempre, siempre, en cualquier situación uno puede imaginar una revancha, un regreso, una reivindicación.

Las fuentes:

  • Galeano, Eduardo, El fútbol a sol y sombra, SIGLO XXI, 2003
  • Navajas, Santiago, De Nietzsche a Mourinho: Guía filosófica para tiempos de crisis, Editorial Berenice, 2012
  • Martín, Alex, El Efecto Guardiola, DEBOLSILLO, 2012
  • Valdano, Jorge, Los 11 poderes del líder, CONECTA, 2013
  • Sacheri, Eduardo, La noche de la Usina, Alfaguara, 2016